Si la alta edad media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una
síntesis intelectual, la baja edad media estuvo marcada por los
conflictos y la disolución de dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir
el Estado moderno —aún cuando éste en ocasiones no era más que un incipiente sentimiento nacional— y la lucha por la hegemonía entre la Iglesia y el
Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía
política. Este
conflicto urbano se convirtió además en una lucha interna en la que los diversos
grupos sociales quisieron imponer sus respectivos intereses.
Inicios de la ciencia política
Una de las consecuencias de esta pugna, particularmente en las
corporaciones señoriales de las ciudades italianas, fue la intensificación del
pensamiento político y social que se centró en
el Estado secular como tal, independiente de la Iglesia.
La
independencia del
análisis político es sólo uno de los aspectos de una gran corriente del
pensamiento bajomedieval y surgió como consecuencia del fracaso del gran
proyecto de la filosofía altomedieval que pretendía alcanzar una síntesis de todo
el conocimiento y experiencia tanto humano como divino.
La nueva espiritualidad
Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la baja edad media fue el auténtico indicador de la turbulencia social y cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo caracterizada por una intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del éxtasis
personal de la
iluminación mística, o bien mediante el examen
personal de la palabra de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia orgánica —tanto en su tradicional
función de intérprete de la doctrina como en su
papel institucional de guardián de los sacramentos— no estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno.
Toda la población, laicos o clérigos, hombres o
mujeres, letrados o analfabetos, podían
disfrutar potencialmente una experiencia mística. Concebida ésta como un don divino de carácter
personal, resultaba totalmente independiente del rango social o del nivel de
educación pues era indescriptible, irracional y privada. Por otro lado,
la lectura devocional de la Biblia produjo una
percepción de la Iglesia como institución marcadamente diferente a la de anteriores épocas en las que se la consideraba como algo omnipresente y ligado a los asuntos terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una
imagen de radical sencillez y al tomar la vida de Cristo como
modelo de imitación, hubo personas que comenzaron a organizarse en comunidades apostólicas. En ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia desde su interior para conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras ocasiones se desentendieron simplemente de todas las
instituciones existentes.
En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura apocalíptica o mesiánica, en particular entre los sectores más desprotegidos de las ciudades bajomedievales, que vivían en una situación muy difícil. Tras la aparición catastrófica de la peste
negra, en la década de 1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la población europea, bandas de penitentes, flagelantes y de seguidores de nuevos mesías recorrieron toda Europa, preparándose para la llegada de la nueva época apostólica.
Esta situación de agitación e
innovación espiritual desembocaría en la Reforma protestante; las nuevas identidades
políticas conducirían al triunfo del
Estado nacional moderno y la continua expansión económica y mercantil puso las bases para la transformación revolucionaria de la
economía europea. De este modo las raíces de la
edad moderna pueden localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de su
crisis social y cultural.
Fuente:
Monografías: La Edad Media